martes, 27 de octubre de 2020

REENCUENTRO CON LOS ARTISTAS

 


Han vuelto los Días de Arte Conquense, esa singular empresa cultural y artística que Carlos Codes va desarrollando, como una singladura de tierra adentro que lleva adelante, por lo general, con notable habilidad, propiciando que esta ciudad, que fue un día faro de la creatividad, intente mantener vivo aquel viejo y siempre recordado espíritu.

Y vuelven con una muestra que siempre resulta arriesgada, sobre todo si, como ocurre en este caso, no se estructura a partir de una idea, una generación, un estilo, algo que le de coherencia, aún admitiendo que los participantes sean diferentes entre sí, como seres dotados de personalidad propia. Para llevar a cabo esta selección, amplia, quizá en exceso, no parece que el promotor haya impuesto ninguna condición, de manera que aquí podemos ver, en mescolanza, nombres muy diversos, unos consagrados, otros primerizos y ahí está, quizá el principal problema de esta muestra, titulada con acierto Renacer, como renaciendo estamos todos, intentándolo al menos, para poder salir del desastre que nos acongoja desde el mes de marzo.

Aquí están, en las salas del Centro Aguirre, reunidos, una treintena de pintores, algunos consagrados y otros noveles, con nombres como El Manchas, Luis del Castillo, el recientemente fallecido Miguel Ángel Moset, Jesús Ocaña, Emilio Morales, Tomás Bux, Grupo Arte 6, Pedro Romero Sequí, Manuel Macías, Pilar Conesa, Andreas Meyer, Luisa Muñoz Vallejo, Marta Díaz, Chema Albareda, Ángel Izarra, Rafael Miranzos, Victoria Santesmases, Ángela de la Vega, Mar Serrano, Lira, Miguel B., Jesús Lozano, Mateo de la Vega, Celia Guillén o Luz Porras.

La muestra, que se puede visitar hasta el 17 de noviembre ofrece una panorámica amplia, pero desigual, de la situación del arte pictórico actual en Cuenca. En la misma variedad del colectivo reunido en la exposición se encuentra el interés y, a la vez, las dudas, porque si desde luego es atractivo saber que en la ciudad sigue habiendo un nutrido grupo de artistas, que practican un amplio abanico de géneros y estilos, por otro lado en esa misma variedad se encuentra un punto de cierto desasosiego, al hacerse coincidir figuras consagradas y de amplio prestigio con otros artistas primerizos, incluso alguno todavía en el nivel de aficionado, lo que produce, inevitablemente, un cierto agravio comparativo. Pero es claro que aparte esta sutileza de observador, la idea es muy acertada y el resultado satisfactorio. Sobre todo porque viene a decirnos que esta ciudad, tan aletargada los últimos años, sigue registrando en su seno un inagotable sentimiento artístico.

 


miércoles, 21 de octubre de 2020

VUELVEN LAS COSAS A SER COMO SOLÍAN

 


    Lenta y trabajosamente vuelve a recuperarse la actividad cultural. Incluso el Ayuntamiento, el más renuente de todas las instituciones, se ha sentido en la obligada necesidad de volver a abrir las puertas de sus instalaciones. Y como las cosas vuelven a ser como eran antes, regresa igualmente la perniciosa costumbre de hacer coincidir los actos, a pesar de que repetidamente se difunde un clamor sugiriendo coordinación entre quienes se dedican a organizarlos. Como muestra, un primer botón: el sábado, día 24, a las 11,30 se presenta en la catedral la restauración de las rejas de la Capilla de los Muñoz, con una conferencia ilustrativa sobre el trabajo realizado; y a las 12, en el claustro de la Fundación Antonio Pérez, Virginia Alcarria ofrecerá un concierto de mariba. ¿Alguien se siente con fuerzas para estar en los dos sitios a la vez?



sábado, 17 de octubre de 2020

RINCONES 3. EL TORREÓN DE PIQUERAS

 


            Situado sobre una loma, frente a la iglesia, el torreón de Piqueras del Castillo servía para controlar el paso natural marcado por el río Piqueras, paralelo a la carretera actual. Es obra de los siglos XIV-XV, de planta cuadrada y muy esbelta en altitud, conservando parcialmente las almenas. El interior se encuentra vacío. El año pasado fue restaurado por la Diputación. En un antiguo comentario, en El Día de Cuenca, V. Llopis escribió: "Acaso todos los hijos del pueblo -ahora no tanto, por aquello de la emigración- han tenido a gala, como un reto, trepar felinamente por sus lisas paredes, sin salientes ni balaustradas, hasta lo más alto de sus ruinosas almenas y sólo hubo que lamentar una caída que milagrosamente fue de poca gravedad". Airoso, elegante, silencioso, el torreón de Piqueras, situado en la línea de vigilancia que protegía a Cuenca, sigue ahora vigilando el escaso tráfico que circula por la carretera.

viernes, 16 de octubre de 2020

EL PRIMER PERIÓDICO DE CUENCA

 



El primer periódico conocido como editado en Cuenca es La Voz de Cuenca, pero si le aplicamos principios ortodoxos en cuanto al carácter, los contenidos, la presentación, la periodicidad y otros similares, surgirían muchas dudas sobre que a esta publicación se le pudiera aplicar seriamente la condición de “periódico”.

    Apareció durante la Guerra de la Independencia y este dato explica por sí sólo cual era la pretensión de este papel impreso: ser un elemento de propaganda de lo que estaban haciendo las tropas nacionales, con un sentido primero de intercomunicación entre los diversos grupos que actuaban contra el invasor francés y, por otro lado, ayudar a difundir entre el pueblo las circunstancias de lo que estaba sucediendo, procurando así movilizar el ánimo patriótico, no siempre bien dispuesto, como sucede en guerras que son largas y lleva daños y miserias a la población civil

    Se conserva un solitario ejemplar, el del 8 de agosto de 1811, en la Hemeroteca Municipal de Madrid. En el frontis figura el dato de número 12, y consta de 8 páginas numeradas desde la 89 a la 96, lo que significa que se iba paginando correlativamente, a partir del primer número. No hay más datos o noticias de cuánto tiempo se prolongó esta pionera y militante publicación.

   Este ejemplar se imprimió en la villa de Iniesta a cargo de la denominada Imprenta volante de la provincia de Cuenca, denominación que nos permite adivinar, sin ningún esfuerzo, que no se trataba de una instalación fija sino de un elemento móvil, que debía ir acompañando al grueso de las fuerzas, adscrita al cuartel general, de manera que efectuaba su labor en el sitio en que el ejército estuviera acampado.

    La iniciativa correspondió al comandante político y militar de la provincia, Luis Alejandro Procopio de Betancourt y Dupire (1769-1827) que para llevar a cabo su propósito trajo de Valencia, junto con la maquinaria, dos impresores, un regente y un redactor, Antonio Marqués y como la edición necesitaba financiarse, dirigió circulares a los párrocos y a los ayuntamientos de todos los pueblos de la provincia, recomendando la suscripción al recién nacido periódico; pero más aún, también pidió, por estas vías, colaboración, para que “estimulando a los hombres de talento y de instrucción de sus pueblos, trabajasen los discursos y memorias que tuviesen por conveniente sobre los puntos que les indicó en el plan formado, para ver si era posible que la provincia de Cuenca adquiriera todo el lustre que merecía”.

    Como se ve, más allá de la utilidad inmediata como órgano de propaganda durante la guerra, también se esperaba que el modesto periódico pudiera llevar a ser un vehículo informativo, pero como no hay ningún otro ejemplar disponible, no sabemos hasta dónde pudo llegar.

 

 

 

jueves, 15 de octubre de 2020

MEMORIA DE RODOLFO LLOPIS Y DE SU PADRE

 

 


            De tierras francesas nos llega la noticia de la muerte de Rodolfo Llopis Boyé, y no a causa del maldito coronavirus, sino de un paro cardíaco. Hace dos años, justo en estas fechas del mes de octubre, vino por última vez a Cuenca, a participar en una serie de actos organizados en memoria de su padre, incluyendo una exposición y la proyección de un documental ciertamente interesante.

            De mucho más atrás me venía la relación epistolar con Rodolfo Llopis hijo, de cuando supo que yo tenía a mi cargo la elaboración de propuestas para otorgar nombres a las calles de Cuenca y en esa relación figuraba su padre, que no pudo salir adelante a la primera (quizá era todavía demasiado pronto) pero sí a la segunda, cuando ya soplaban vientos más favorables a estas innovaciones. Entonces se generó entre nosotros una amistosa correspondencia, que luego se intensificó cuando mi mujer, Clotilde Navarro, y yo mismo, participamos en una publicación monográfica dedicada a glosar la actividad de Llopis desde la perspectiva educativa, un terreno en el que fue fundamental, y específicamente en Cuenca, donde dejó un rastro imborrable como profesor ejemplar de la Escuela Normal además de ser el responsable directo de que se pudiera construir el magnífico edificio que fue sede de esta institución educativa.

            Como sucede con todos los muertos, de esta amistosa relación epistolar, felizmente ratificada en persona aquel día, conservo una nutrida colección de mensajes intercambiados entre ambos y que, como pude comprobar en persona, podían transmitir una personalidad amable y cordial, de un sano equilibrio emocional y un claro juicio con el que afrontar la realidad del presente y las amarguras del pasado.

miércoles, 14 de octubre de 2020

TAREA DELICADA Y MINUCIOSA

 


          Después de muchos años de abandono por anteriores corporaciones, la actual parece haberse tomado en serio lo de recomponer y arreglar la ciudad en la parte más visible, las calles. Desde hace unas semanas están afanándose en devolver a las de la parte moderna la dignidad que no debieron perder nunca; huecos que almacenan años de polvo, aceras deshechas, rayas que deberían estar en el asfalto y quedaron borradas hace tiempo y otras menudencias parecidas está siendo puestas en orden para satisfacción colectiva.

            Podría parecer que todo eso quedaba reducido a la modernidad pero miren por donde también le ha tocado a un aspecto muy sensible del casco histórico, el enguijarrado que, por fortuna, aún sobrevive en muchas calles alejadas del tráfico y que, por ello, no fueron víctimas del innoble adoquín, apropiado para otras latitudes pero no para la nuestra. A lo que voy: calles delicadas y encantadoras, como la de San Juan, la de Caballeros (que está en la foto) redescubren ahora lo que es un delicado trabajo manual, porque los guijarrillos hay que ponerlos uno a uno y mejor con cuidado, que echándolos al mogollón no quedan bien. Entonemos un aleluya a los cielos y esperemos que la bondadosa actuación continúe a paso firme.

 

lunes, 12 de octubre de 2020

LOS JUDÍOS EN EL BARRIO DE MANGANA

 


    Ha pasado el tiempo y ha llovido ya desde entonces. El 21 de octubre de 1985 un grupo de animosos ciudadanos, encabezados por Carlos de la Rica, se reunió en la Plaza de la Merced para asistir al acto de colocar y descubrir una placa cuyo texto es (era) bien representativo del espíritu amplio y generoso de su impulsor: “Aquí cimientos de Mangana, asentóse la aljama y sinagoga conquense. En su recuerdo, el Ayuntamiento de Cuenca. Año 1985”. Para dar fe de que, efectivamente, la iniciativa contaba con el beneplácito municipal, allí estaban el alcalde, José Ignacio Navarrete, y su concejala de Cultura, Consuelo Ruipérez. La placa quedó situada en la pared del antiguo convento de la Merced, ahora ocupado por las Blancas.

      No se cuánto tiempo estuvo la placa en su sitio. Años, seguramente. Hasta que un día desapareció, sin que nadie se percatara y, mucho menos, sin que alguien levantara la voz. Donde estuvo aún se puede apreciar el sitio, marcado por unas señas de cemento que sirvieron para sujetarla a la pared.

      Carlos de la Rica ha sido uno de los personajes más determinantes del acontecer cultural de Cuenca, un auténtico dinamizador de costumbres sociales, impulsor de un concepto de ciudad cosmopolita, abierta a todos los vientos, generosa en sus horizontes, lejos de la cutrería tan querida por otros muchos. A ese afán correspondía su permanente dedicación a abrir las puertas a gentes y corrientes de otras culturas y en esa actitud tuvo cabida este gesto de querer recordar a la comunidad judía, que durante siglos habitó y trabajó en el barrio de Mangana.

jueves, 8 de octubre de 2020

CINE: EL HOTEL A ORILLAS DEL RÍO

 


        Cumpliendo una de sus más firmes y antiguas tradiciones, tanto que se empezó a cultivar desde el primer momento de su vida, hace ya 50 años, el Cineclub Chaplin ha traído a Cuenca como novedad la primera película que por aquí se ha podido ver del director surcoreano Hong Sang-soo, una de las figuras emergentes de la cinematografía de un país puntero en muchos aspectos de la tecnología y la automoción, pero que no había destacado especialmente en el terreno de la creatividad cinematográfica hasta hace unos años. Entre las figuras surgidas se encuentra Hong Sang-soo, que firma el título con el que el Cineclub ha iniciado su temporada, en demostración palpable de que es posible volver a la normalidad, con cautelas y precauciones, pero se puede.

       El hotel a orillas del río se enmarca en una cultura muy diferente a la occidental y ello se aprecia de inmediato en la estructura narrativa, más que en la estrictamente cinematográfica. El esquema argumental es bastante simple: dos grupos de personas, sin relación entre sí, coinciden en un hotel invernal situado al margen de un río. Por un lado, un padre (el poeta Ko Young-wan, de cierto prestigio cultural en el país) ha llamado a sus dos hijos, ya adultos, con los que mantiene escasas relaciones y de quienes, según se insinúa sutilmente, quiere despedirse aventurando una próxima muerte. De otra parte, dos chicas jóvenes se consuelan mutuamente de lo que imaginamos han sido desengaños amorosos. Lo que se es patente, está a la vista, pero lo que realmente subyace permanece en el terreno de las insinuaciones y de ese modo, con una delicada habilidad, el director obliga a poner en juego de manera constante la imaginación del espectador para intentar adivinar lo sucedido y que se pueda ir montando el puzzle mediante pistas aisladas (una llamada telefónica, un coche aparcado, una conversación con la empleada del hotel). Hay en todo el relato una delicada y constante meditación sobre la belleza y la muerte.

       La imagen que acompaña a ese relato es de una belleza absoluta, en un magnífico blanco y negro que permite al director jugar con la combinación del rutilante blanco de un paisaje totalmente nevado con las figuras humanas, envueltas en tonos oscuros, que caminan sobre él. Quizá chirrían un poco los diálogos, porque la traducción literal al español no acierta a recoger los infinitos matices que ofrecen las lenguas orientales y que se pueden adivinar en el sonido natural de la conversación, apenas subrayada en algunos momentos por una escueta banda sonora formada por un solo fragmento que se repite en varias ocasiones. Una mención, innecesaria seguramente, porque ha sido reconocido con premios internacional, para un verdadero gran actor, Gi Joo-bong, el principal intérprete de la película.

       El Cineclub Chaplin ha vuelto a su lugar natural, que es una sala de proyección cinematográfica y lo ha hecho con el “descubrimiento” (vamos a decirlo así) para Cuenca de un nuevo director, el surcoreano Hong Sang-soo.

 

lunes, 5 de octubre de 2020

UN ARTISTA EN TODA LA EXTENSIÓN DE LA PALABRA

 


            En una premonición de lo que yo podría escribir apenas unos días después, Javier Marías lo dijo con palabra cierta y oportuna: “Como si la enfermedad que nos amenaza agravara las dolencias particulares, en este periodo de 2020 han sido demasiados los amigos que se han despedido del mundo por causas ajenas al coronavirus”. Miguel Ángel Moset le tenía pánico a la pandemia y sin embargo, esta noche, mientras dormía, su corazón se ha parado de improviso produciendo esa sensación de estupor y desconcierto en que uno se ve inmerso ante lo inesperado. Porque no había ningún motivo objetivo para que se pudiera morir, si es que hay alguna razón coherente que sirva para explicar las actuaciones de la fúnebre dama, empeñada siempre en hacer buena la sentencia de Jorge Manrique: “Cómo se viene la muerte, tan callando”.

            Se va, se ha ido, un gran artista, de los mejores seguramente que forman la generación siguiente a la que dio tanto renombre a Cuenca al amparo de Fernando Zóbel y el Museo de Arte Abstracto, una época tantas veces recordada, con un sentimiento en el que se combinan la nostalgia y la envidia y en la que Miguel Ángel Moset empezó a desarrollar su aprendizaje estético para aplicarlo en seguida al imaginario creativo que ha cultivado, con amplitud de objetivos, con un tan exquisito gusto por las formas y el color hasta conseguir algo difícil para cualquier artista: ser fácilmente reconocible. El estilo, eso indefinible pero cierto, está siempre patente en su obra, de manera que uno puede identificarlas a distancia aunque no sea un experto en arte. Los cuadros de Moset transpiran equilibrio, sensibilidad, cromatismo, expresividad, una suerte de delicada exuberancia formal envuelta en una enorme capacidad para interpretar la intervención de la luz en su pintura.

            Quienes tuvimos la inmensa suerte de compartir con él relaciones, conversaciones, tertulias, comentarios, amistad, conocemos además la otra dimensión, la humana, que corresponde a una persona siempre alegre y dicharachera, con un punto irónico, comunicador empedernido, sensiblemente preocupado por los incontenibles desafueros que van marcando el devenir del casco antiguo de Cuenca.

            Para ilustrar este comentario he elegido un pequeño cuadrito que Moset me dio con un destino muy concreto. Cuando hace unos años puse en marcha la edición de una colección de Poesía, pensé que cada libro debería ir encabezado por una portada de artista, para así enlazar las dos nobles virtudes de la antigüedad clásica y a Miguel Ángel (que siempre tuvo experiencia en el mundo de la edición) le pedí la primera, sabiendo ambos que lo que él hiciera para ese volumen inicial marcaría el futuro estético de la colección. Este es el cuadro que me dio y con él diseñamos la portada de Arqueros en mi fiesta, de Miguel Mula.

            Vuelvo a Javier María, al mismo texto señalado al inicio de mis palabras: “Las mejores vidas resultan cortas, porque siempre les quedarán cosas buenas por hacer”.

sábado, 3 de octubre de 2020

EL OBISPO Y LOS TRABAJADORES

 


 1 de noviembre de 1953. El obispo, Inocencio Rodríguez Diez, de imagen inconfundible, recibe a los dirigentes de una cooperativa agraria. A su lado está José Luis Álvarez de Castro y al lado de éste, el canónigo Simón Calvo Pina. Personajes muy significativos y representativos de una época de la vida de Cuenca, cuyos perfiles (y sombras) se van diluyendo en el recuerdo.

viernes, 2 de octubre de 2020

RENACEN LAS VIEJAS ESTACIONES

 


El desamparo a que el Estado antes, sus empresas públicas (Adif y Renfe) ahora, ha condenado durante siglo y medio a la línea ferroviaria por Cuenca, tiene una prolongación en el abandono de las estaciones que se han ido cerrando año tras año hasta prácticamente no quedar en servicio más que dos o tres, las más importantes (Cuenca, Huete, Tarancón, Carboneras de Guadazaón) y con un servicio bajo mínimos. El cierre, y en muchos casos, desmantelamiento total de los edificios, cuando no un progresivo deterioro, es especialmente grave en el caso de las estaciones comprendidas entre la capital y el límite con Valencia, o sea, las que se encuentran en el abrupto y bellísimo tramo serrano.

Pero ocurre además que esos edificios son ejemplares muy valiosos de arquitectura, obras todos ellos de Secundino Zuazo (1887-1971), una de las figuras más destacadas de la arquitectura moderna en España. Estos siete edificios fueron diseñados entre 1921 y 1924, siguiendo un patrón común en el que introdujo pequeñas variaciones estéticas para que, siendo similares, resultaran todos ellos diferentes y originales. Tienen dos plantas, con un torreón de una planta más en uno de los extremos y ofrecen decoración sencilla pero elegante, con arcos de medio punto, jambas, molduras y cornisas; para construirlos se utilizaron materiales tradicionales y asequibles: mampostería, ladrillo visto y teja cerámica, formando una curiosa y atractiva mezcla de arquitectura tradicional adaptada a un sistema tan moderno como era entonces el ferrocarril.

            Dejar arruinar esos preciosos edificios ha sido uno más de los variados pecados que Renfe antes, Adif ahora, han estado perpetrando contra el patrimonio provincial. Afortunadamente, la Diputación puso en marcha hace un par de años un programa de recuperación de esas estaciones con la intención de dedicarlas a fines de utilidad social y turística, como ocurre con la de La Melgosa, donde se está trabajando ya a buen ritmo y que, si se cumple el plan trazado, será un albergue de la Ruta de la Lana con un área de recreo inmediata.

jueves, 1 de octubre de 2020

DELICADO ARTE EN PAPEL

  


             Una buena forma de ocupar el fin de semana es dedicar un rato, una hora quizá, para pasear por la Sala Acua (calle del Colmillo, al lado de la Taberna Jovi) y entretenerse contemplando los objetos deliciosos que Segundo Santos ha ido elaborando paciente y metódicamente a lo largo de los últimos años. Son libros exquisitos, trabajados con la minucia y dedicación del artesano que pone sus manos en las piezas que elabora una a una, algo tan lejos de la producción en serie que maravilla pensar que tales cosas pueden prepararse sin recurrir a las poderosas máquina de producción que en un minuto lanzan al mercado cientos de ejemplares, todos iguales, todos repetidos.

            Segundo Santos ha dedicado toda su vida a trabajar el papel artesanal, desde el día que tuvo la feliz idea de poner manos a semejante obra y no solo como trabajador, sino también como estudioso del tema, que ha documentado de manera muy precisa. Con papel aprendió a elaborar multitud de objetos, desde libretas a lámparas, pero también a editar libros, con textos clásicos y modernos, desde Dante o Juan Ramón a Ángel González o José Luis Jover. Y eso es lo que se puede ver en la Sala Acua, hasta el 1 de noviembre, en esta exposición que ha titulado “El papel en los libros. El pergamino de trapo”. Él se encarga de la totalidad del proceso, desde la preparación del papel, en el que incorpora elementos vegetales (lino, algodón), hasta la composición, impresión, cosido y encuadernación. Una delicia para la vista, y también para el tacto, si se pudieran tocar.