jueves, 15 de octubre de 2020

MEMORIA DE RODOLFO LLOPIS Y DE SU PADRE

 

 


            De tierras francesas nos llega la noticia de la muerte de Rodolfo Llopis Boyé, y no a causa del maldito coronavirus, sino de un paro cardíaco. Hace dos años, justo en estas fechas del mes de octubre, vino por última vez a Cuenca, a participar en una serie de actos organizados en memoria de su padre, incluyendo una exposición y la proyección de un documental ciertamente interesante.

            De mucho más atrás me venía la relación epistolar con Rodolfo Llopis hijo, de cuando supo que yo tenía a mi cargo la elaboración de propuestas para otorgar nombres a las calles de Cuenca y en esa relación figuraba su padre, que no pudo salir adelante a la primera (quizá era todavía demasiado pronto) pero sí a la segunda, cuando ya soplaban vientos más favorables a estas innovaciones. Entonces se generó entre nosotros una amistosa correspondencia, que luego se intensificó cuando mi mujer, Clotilde Navarro, y yo mismo, participamos en una publicación monográfica dedicada a glosar la actividad de Llopis desde la perspectiva educativa, un terreno en el que fue fundamental, y específicamente en Cuenca, donde dejó un rastro imborrable como profesor ejemplar de la Escuela Normal además de ser el responsable directo de que se pudiera construir el magnífico edificio que fue sede de esta institución educativa.

            Como sucede con todos los muertos, de esta amistosa relación epistolar, felizmente ratificada en persona aquel día, conservo una nutrida colección de mensajes intercambiados entre ambos y que, como pude comprobar en persona, podían transmitir una personalidad amable y cordial, de un sano equilibrio emocional y un claro juicio con el que afrontar la realidad del presente y las amarguras del pasado.

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