lunes, 23 de noviembre de 2020

A PIE DE CARRETERA

 


            De vez en cuando aparecen noticias en los medios dando cuenta de la presencia de insólitos animales en las calles de urbanizaciones y pueblos. Unos jabalíes por aquí, una serpiente por allá, cervatillos desconcertados paseando entre los coches y cosas así.

            Los animales, en apariencia salvajes y ariscos, van tomando confianzas con los seres humanos, sin percatarse que más les valía a todos permanecer lo más lejos posible de esta especie. El otro día me encontré con una bandada de buitres picoteando tranquilamente al borde de la carretera, en las inmediaciones de Fuentelespino de Moya. Los buitres son frecuentes en Cuenca y se pueden ver con facilidad, sobre todo en los escarpes rocosos de las hoces (Priego, Beteta, por ejemplo) y a veces también se les ve sobrevolando por el cerro del Socorro, seguramente atraídos por algún reclamo comestible.

            Pero estos que digo estaban casi al alcance de la mano, a pocos metros del asfalto, despertando la curiosidad de todos los que transitábamos por allí. Y si no se podía uno acercar más es porque la natural prudencia de estos listos animales les hacía salir volando en cuanto que alguien intentaba dar un paso imprudente.  El espectáculo de la naturaleza es verdaderamente algo maravilloso.

 

CERRADO TEMPORALMENTE

 


¿Qué significa “temporalmente”? Creo que lo se, como casi todo el mundo, pero para salir de dudas voy a ese pozo de sabiduría lingüística que es el Diccionario de la Real Academia, que lo tiene claro: “por un tiempo limitado, de forma provisional”. Seguramente en eso pensaban también quienes, hace un montón de meses, mucho antes de que llegara la pandemia ésta, decidieron echar el cerrojo a los túneles de la calle Alfonso VIII, ese maravilloso descubrimiento que, desde su inicio, atrae la curiosidad (de verdad que no comprendo por qué) de cientos de turistas y paseantes, hasta convertirse en uno de los grandes reclamos de esta ciudad. Había problemas, dijeron sutilmente, algo que tenía que ver con las crónicas filtraciones de agua que sufre todo el subsuelo de Mangana. Lo arreglaremos pronto, dijeron también. Hasta hoy. Silencio absoluto. El túnel sigue cerrado temporalmente.

 

jueves, 19 de noviembre de 2020

HAY MUSEOS ABIERTOS

 

 


            De una manera elegante, sencilla, sin alharacas especiales, como si fuera algo totalmente normal (dentro de la nueva normalidad, podríamos decir), el Museo Nacional Reina Sofía pone en marcha una muy atractiva exposición, dedicada a Piet Mondrian y la revista De Stifl que él impulsó y con la que dio entrada a una nueva manera de concebir el arte, a partir del predominio casi absoluto de las líneas rectas y los colores rotundos, llamativos. Los aficionados, curiosos o gentes de la cultura en general, pueden verla en Madrid desde el pasado día 11, en que se inauguró, hasta el 1 de marzo del año que viene.

            Con la misma elegante discreción, el Guggenheim de Bilbao ha abierto igualmente sus puertas para ofrecer al interés colectivo la que igualmente parece ser una muy excelente exposición, en este caso dedicada a la obra de Vassily Kandinsky, considerado un pionero de la abstracción, un auténtico innovador del arte que empezaba a definirse a comienzos del siglo XX. Su obra podrá verse en este magnífico museo hasta el 23 de mayo.

            Aplaudo y envidio a estos museos, uno en la capital del reino, otro en la antiguamente brumosa capital del norte. Los envidio porque ellos no tienen ningún problema con el coronavirus y por tanto pueden montar exposiciones tranquilamente, y abrirlas al público que, como se suele decir, con medidas de seguridad, con distanciamiento entre personas, con la mascarilla puesta, desde luego, y demás martingalas inventadas para controlar esta situación, puede ir a verlas. Y me pregunto, como el incauto que soy, por qué en otros sitios no se aplican tales privilegios y los museos y salas de exposiciones tienen que estar cerrados a cal y canto.

            La respuesta es sencilla: siempre ha habido categorías y distinciones.

domingo, 15 de noviembre de 2020

EN LA MUERTE DE ANTONIO MORENO



 No es ningún descubrimiento. Jorge Manrique lo dejó dicho, hace ya cinco siglos, y sus versos siempre nos vienen bien a quienes, desde el estupor, por no decir el mazazo de una noticia, nos enfrentamos a un hecho consumado, irrebatible, inamovible:

             Cómo se pasa la vida / cómo se viene la muerte / tan callando…

 Sabemos de sobra que eso es así, pero siempre sentimos un arrebato de rebeldía, de protesta: por qué llega inesperadamente, por qué no nos permite un último gesto, una última palabra, de despedida. Yo pude haberla tenido con Antonio Moreno hace unos días, coincidentes ambos en la doméstica faena de comprar el pan en la tienda de nuestro barrio. En cambio, ese último encuentro lo resolvimos con unas frases tópicas (el tiempo, la pandemia) y algún chascarrillo crítico sobre las desventuras del casco antiguo de Cuenca. Ni una sola palabra alusiva a una posible despedida, a un adiós definitivo. Nos dijimos adiós como si tal cosa, en espera del próximo encuentro casual.

 Si mi memoria no está desencaminada, Antonio Moreno y yo éramos los más veteranos supervivientes del Diario de Cuenca, aquel vetusto y añorado periódico, en el que se hizo un tipo de periodismo que, visto desde la distancia, fue sencillamente admirable, por los medios disponibles y por las condiciones ambientales. En aquel conglomerado humano, la personalidad de Antonio era desbordante, en todos los sentidos, tanto cuando hablaba, expresando en voz ciertamente estentórea sus opiniones, como cuando dejaba correr sus manos sobre la máquina de escribir para enhebrar larguísimas crónicas que ocupaban cuanto menos una página entera del periódico, para hacer la crónica de la Balompédica, o el detalladísimo seguimiento del concurso hípico, o para contar las hazañas poco menos que heroicas, de Luis Ocaña.

 Dedicación que no era exclusiva, sino complementaria a su oficio real, el de maestro, que ejercía con rigurosa puntualidad diariamente para luego ocupar, en su teórico tiempo libre, el necesario para llenar páginas y más páginas del periódico. Y en el que en no pocas ocasiones ponía en juego la viveza de su genio para clamar contra escritos incorrectos de algún colaborador o corresponsal, al que reprendía y corregía en busca siempre de la expresión justa y la palabra bien puesta en el sitio que debía ocupar.

Cincuenta años de recuerdos y vivencias dan para mucho y no es cosa de exprimirlos todos aquí y menos hoy, que toca, por una triste jugada del destino, enterrar a un amigo que se ha ido tan inesperadamente, tan callando.

 

 

sábado, 14 de noviembre de 2020

OTOÑO EN EL JARDÍN SOLITARIO

 


            Cuando llegan estos días otoñales, todo el mundo siente un incontenible deseo de salir a las hoces, contemplar cómo evolucionan los colores, de qué manera el amarillo intenso, tan de Cuenca, va sustituyendo a la cubierta verdosa que nos trajo la primavera última. Todo eso, que los poetas saben decir tan bien, forma ya un catálogo impresionante de versos y de imágenes. A mí, además de compartir lo que dicen y hacen los demás, me ha gustado siempre un rincón muy concreto de Cuenca, que me parece encantador, bellísimo y muy poético, entre otros motivos porque no cuenta con el afecto popular de los conquenses. El jardincillo de El Salvador es un rincón humilde y olvidado, siempre vacío, sin niños que vayan a jugar ni mayores que pasen el rato en uno de sus bancos. Nadie se sienta en ellos a leer un libro y ninguna pareja busca alguno como refugio amable para sus amores. En el silencio y la soledad, el jardín de El Salvador vive también su particular otoño, luminoso y romántico. Y ese es el lugar que me gusta fotografiar.

jueves, 12 de noviembre de 2020

UN MURO LIMPIO Y DESNUDO

 



            El muro de Alfonso VIII ha cambiado de aspecto. Los amigos de que todo siga igual quizá lamenten la pérdida de la cubierta vegetal que durante años ha formado parte de la calle y del paisaje urbano, pero otros amigos dirán que esa operación de limpieza está muy bien, porque la vegetación adherida a la piedra produce serios daños en la estructura y más en esa zona, tan proclive a filtraciones de todo tipo. Piense cada cual lo que quiera, que por ahora sigue existiendo libertad de pensamiento, pero la operación ya está hecha y terminada. El muro ha quedado ahora limpio de polvo, paja y obras, ofreciéndose en total austera desnudez para que lo veamos así un tiempo, el necesario hasta que la vegetación vuelva a surgir y crecer, repitiéndose así el inagotable ciclo de la vida.

            Como prueba fehaciente de lo que ha sucedido, aquí hay un par de imágenes. La primera, con los trabajadores municipales en plena faena; la segunda, con el muro en su reciente y no se si decir que impúdica desnudez.

TRISTE Y SOLA

 


            ¿Quién no ha cantado alguna vez, por lo común a voz en grito, sin preocuparse por la entonación, aquello de “Triste y sola, sola se queda Fonseca…”, seguramente sin saber muy bien quien era el tal Fonseca ni por qué se quedaba sola y no solo, como se podría deducir del apellido en cuestión? Por supuesto, en Salamanca lo saben muy bien y muchos de quienes han ido de turismo a tan emblemática ciudad también lo han aprendido. Pues las terrazas de la Plaza Mayor de Cuenca se han quedado como el Colegio Mayor del obispo Fonseca, tristes, solitarias y vacías. Tanto que esta imagen es casi histórica, porque al día siguiente de hacerla, los bares de la Plaza cerraron sus puertas y apenas si hay uno, en la parte de atrás, junto a la estatua de Alfonso VIII, que aún permanece abierto, nadie sabe si por espíritu heroico o esperando que pase la tormenta que está arrasando con todo.

            Por esas cosas que pasan, las terrazas de los bares, un anecdótico complemente veraniego, que duraba lo que el verano en Cuenca, o sea, un mes o a la sumo algo más, se han convertido en el paradigma del ocio y de la libertad, extendiéndose por aceras y plazoletas, buscando sitio donde casi no lo hay y ofreciéndose no ya únicamente como el espacio adecuado para tomar un aperitivo o el desayuno mañanero, sino como un ámbito apropiado para estar, ver a los amigos, hacer tertulia (siempre menos de seis) o, en definitiva, para sentir que estamos vivos pese a la insistencia de algunos sectores por abrumarnos con noticias mortuorias y comentarios deprimentes. Parece que ya nos hemos olvidado que la consigna, repetida cuando empezó este desastre, era la de resistir a toda costa, no dejarnos acongojar por la difusión del maligno, sacar fuerzas de flaqueza y mostrarnos solidarios, con los que sufren y con los que se afanan en mantener activa la maquinaria de la vida.

            Las terrazas lo han intentado eficazmente durante todos estos meses. Ahora cierran, quizá contando con los dedos de la mano lo que falta para que la bonanza del tiempo permita reabrirlas.