jueves, 12 de noviembre de 2020

TRISTE Y SOLA

 


            ¿Quién no ha cantado alguna vez, por lo común a voz en grito, sin preocuparse por la entonación, aquello de “Triste y sola, sola se queda Fonseca…”, seguramente sin saber muy bien quien era el tal Fonseca ni por qué se quedaba sola y no solo, como se podría deducir del apellido en cuestión? Por supuesto, en Salamanca lo saben muy bien y muchos de quienes han ido de turismo a tan emblemática ciudad también lo han aprendido. Pues las terrazas de la Plaza Mayor de Cuenca se han quedado como el Colegio Mayor del obispo Fonseca, tristes, solitarias y vacías. Tanto que esta imagen es casi histórica, porque al día siguiente de hacerla, los bares de la Plaza cerraron sus puertas y apenas si hay uno, en la parte de atrás, junto a la estatua de Alfonso VIII, que aún permanece abierto, nadie sabe si por espíritu heroico o esperando que pase la tormenta que está arrasando con todo.

            Por esas cosas que pasan, las terrazas de los bares, un anecdótico complemente veraniego, que duraba lo que el verano en Cuenca, o sea, un mes o a la sumo algo más, se han convertido en el paradigma del ocio y de la libertad, extendiéndose por aceras y plazoletas, buscando sitio donde casi no lo hay y ofreciéndose no ya únicamente como el espacio adecuado para tomar un aperitivo o el desayuno mañanero, sino como un ámbito apropiado para estar, ver a los amigos, hacer tertulia (siempre menos de seis) o, en definitiva, para sentir que estamos vivos pese a la insistencia de algunos sectores por abrumarnos con noticias mortuorias y comentarios deprimentes. Parece que ya nos hemos olvidado que la consigna, repetida cuando empezó este desastre, era la de resistir a toda costa, no dejarnos acongojar por la difusión del maligno, sacar fuerzas de flaqueza y mostrarnos solidarios, con los que sufren y con los que se afanan en mantener activa la maquinaria de la vida.

            Las terrazas lo han intentado eficazmente durante todos estos meses. Ahora cierran, quizá contando con los dedos de la mano lo que falta para que la bonanza del tiempo permita reabrirlas.



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