Cumpliendo una de sus más firmes y antiguas tradiciones, tanto que se empezó a cultivar desde el primer momento de su vida, hace ya 50 años, el Cineclub Chaplin ha traído a Cuenca como novedad la primera película que por aquí se ha podido ver del director surcoreano Hong Sang-soo, una de las figuras emergentes de la cinematografía de un país puntero en muchos aspectos de la tecnología y la automoción, pero que no había destacado especialmente en el terreno de la creatividad cinematográfica hasta hace unos años. Entre las figuras surgidas se encuentra Hong Sang-soo, que firma el título con el que el Cineclub ha iniciado su temporada, en demostración palpable de que es posible volver a la normalidad, con cautelas y precauciones, pero se puede.
El
hotel a orillas del río se
enmarca en una cultura muy diferente a la occidental y ello se aprecia de
inmediato en la estructura narrativa, más que en la estrictamente
cinematográfica. El esquema argumental es bastante simple: dos grupos de
personas, sin relación entre sí, coinciden en un hotel invernal situado al
margen de un río. Por un lado, un padre (el poeta Ko Young-wan, de cierto
prestigio cultural en el país) ha llamado a sus dos hijos, ya adultos, con los
que mantiene escasas relaciones y de quienes, según se insinúa sutilmente,
quiere despedirse aventurando una próxima muerte. De otra parte, dos chicas
jóvenes se consuelan mutuamente de lo que imaginamos han sido desengaños
amorosos. Lo que se es patente, está a la vista, pero lo que realmente subyace
permanece en el terreno de las insinuaciones y de ese modo, con una delicada
habilidad, el director obliga a poner en juego de manera constante la
imaginación del espectador para intentar adivinar lo sucedido y que se pueda ir
montando el puzzle mediante pistas aisladas (una llamada telefónica, un coche
aparcado, una conversación con la empleada del hotel). Hay en todo el relato
una delicada y constante meditación sobre la belleza y la muerte.
La imagen que acompaña a
ese relato es de una belleza absoluta, en un magnífico blanco y negro que
permite al director jugar con la combinación del rutilante blanco de un paisaje
totalmente nevado con las figuras humanas, envueltas en tonos oscuros, que
caminan sobre él. Quizá chirrían un poco los diálogos, porque la traducción
literal al español no acierta a recoger los infinitos matices que ofrecen las
lenguas orientales y que se pueden adivinar en el sonido natural de la
conversación, apenas subrayada en algunos momentos por una escueta banda sonora
formada por un solo fragmento que se repite en varias ocasiones. Una mención,
innecesaria seguramente, porque ha sido reconocido con premios internacional,
para un verdadero gran actor, Gi Joo-bong, el principal intérprete de la
película.
El Cineclub Chaplin ha
vuelto a su lugar natural, que es una sala de proyección cinematográfica y lo
ha hecho con el “descubrimiento” (vamos a decirlo así) para Cuenca de un nuevo director,
el surcoreano Hong Sang-soo.
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