
Dimas Pérez
Ramírez, don Dimas siempre, nació en Tarancón el 15 de abril de 1925, ahora
hace cien años justos. Estudió Filosofía en el Seminario Conciliar de San
Julián (1943-45), Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca (1945-49)
y Derecho Canónico en la Universidad de Comillas, en Madrid (1961-64) títulos a
los que añadió el de Historia del Arte Religioso por la Universidad Pontificia
de Salamanca (1985). En esta ciudad fue ordenado sacerdote en 1949 y de
inmediato se incorporó como profesor al Seminario Menor de Uclés (1949-59).
Tras una breve etapa en la parroquia de Fuente de Pedro Naharro (1959-61), pasó
una temporada en Madrid desarrollando diversas funciones pastorales hasta que
en 1971 regresó definitivamente a Cuenca para hacerse cargo del puesto de canónigo
archivero diocesano que ocupó hasta su jubilación en el año 2000 y que resultó
providencial en su actividad investigadora, al tener a su alcance el
incalculable legado de los documentos generados por la diócesis, y en concreto
los procedentes del tribunal de la Inquisición, en el que encontró materia para
numerosísimos trabajos, además de llevar a cabo la ordenación sistemática de
los legajos existentes.
Durante toda su vida mantuvo una
intensa actividad en el terreno de la divulgación cultural, especialmente
orientada hacia temas históricos y religiosos, a través de la prensa diaria,
revistas especializadas, micrófonos de las emisoras locales, conferencias y
pregones. Sus publicaciones abarcan un
amplio abanico de cuestiones relacionadas con la iglesia, la historia y el
arte, actividad para la que estaba personalmente muy bien dotado porque fue un
auténtico comunicador nato, asequible, directo y comprensible. Ingresó en la
Real Academia Conquense de Artes y Letras el 29 de octubre de 1987 con un
discurso titulado “Orden de
Santiago y obispado de Cuenca: relaciones históricas”, uno de sus temas
preferidos. Fue miembro
correspondiente de la Real Academia de la Historia y capellán del Real Hospital
de Santiago de Cuenca y nunca le faltaron ganas de entrar en polémicas, sobre
todo las que mantuvo en distintos medios para reivindicar la naturaleza
taranconera de Melchor Cano, frente a quienes pretendían llevarla a otros
horizontes.
A
Uclés y su monasterio dedicó sus primeras publicaciones, apenas unos folletos
divulgativos pero su entrada real en el mundo editorial la hizo con una obra
ciertamente valiosa, Pedro de Villadiego
y el retablo mayor de Tarancón (1978) en el que daba a conocer y estudiaba
el espectacular retablo que cubre el presbiterio de la iglesia de Nuestra
Señora de la Asunción. En Uclés, último
destino de Jorge Manrique (1979) volvió, ahora ya con mayor profundidad, a
escudriñar los misterios de su querido monasterio. Su conocimiento de los
entresijos del archivo le permitió publicar un folleto muy entretenido, Brujas en la Mancha, brujas en la Alcarria
(1980) al que siguió el importante Catálogo
del Archivo de la Inquisición de Cuenca (1982) que ya había conseguido
poner en orden, a pesar de los numerosos desafueros que había sufrido. Preparó
una nueva edición de las Relaciones de pueblos del obispado de Cuenca, de
Julián Zarco (1983) y puso en
mis manos la edición de otra joya, La
custodia de la catedral de Cuenca (1985), que editamos desde Gaceta
Conquense y a continuación me pidió colaboración para diseñar y maquetar dos
pequeñas obras divulgativas, Uclés,
cabeza de la Orden de Santiago y El
Real Hospital de Santiago de Cuenca (ambas en 1990).
Su vocación
inalterable hacia la ciudad en que nació le hizo acometer una obra ingente que
solo llegó a completar en su primera parte, Tarancón en la historia. Vol. I: Desde la
romanización al final del Antiguo Régimen (1994), sin que nadie, que yo sepa haya asumido la tarea de continuar
ese trabajo. Luego, hasta el final de su vida, fue dando nuevas ofertas de
divulgación poniendo de relieve la siempre apasionante y nunca agotada temática
vinculada a la historia y el arte de nuestra provincia.
Murió en Cuenca el 14 de noviembre de 2016 y dejó,
creo yo, un rastro de bonhomía, de cordial acercamiento a los demás,
comunicador fácil incluso con un leve toque de ironía si el tema se prestaba. A
los cien años del día de su nacimiento me parece justo y necesario dejar aquí
constancia de ese hecho y recordar con afecto y respeto a quien siempre fue don
Dimas.