En alguna ocasión he oído lamentos sobre la pérdida, en
Cuenca, de artesanos hábiles en poner guijarros, que debería ser lo usual en
las calles del casco antiguo y no esos horrorosos adoquines con que fue
empedrada toda la subida a la Plaza Mayor y la propia plaza, por no hablar de
las losas graníticas situadas como eje vertebral de la calle, de donde se
levantan cada dos por tres para entretenimiento ocupacional de los obreros
municipales, que podían dedicarse a tareas más útiles. Pero no iban por ahí estas
palabras sino por una mención expresa al arte de poner guijarros, que no se ha
perdido, como en algún momento se llegó a insinuar. Otra cosa es que como es
una faena delicada y lenta, los responsables de la cosa municipal prefieren
tirar por el camino de en medio y buscar un sistema más rápido y eficaz. Pero
cuando quieren, sí que se ponen guijarros, como ha ocurrido últimamente en la
calle Pilares y ahora en la de San Juan. Da gusto, en estos tiempos de
precipitación y descuidos, ver con qué delicada parsimonia los trabajadores se
dedican a poner una piedrecita al lado de otra, procurando que queden bien
encajadas en este sutil entramado que nos retrotrae a tiempos medievales. Es un
bonito espectáculo.
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