Es, más o menos, como
estar en la calle y sentirte desnudo. O que te falta algo, porque cuando va por
Carretería, en un sentido o en otro, de manera instantánea, como un
automatismo, la mirada se va en busca de los relojes de Notario. En la mayoría
de los casos a nadie le preocupa saber la hora que es, porque más o menos la
sabe, pero hay un movimiento reflejo de los ojos, un sentimiento que nos
asalta, y sin querer hacerlo, sin pensar en hacerlo, sólo porque sí, levantamos
la mirada para mirar esos relojes. Y como ahora no están, hay como un pesar
colectivo: nos falta algo. Esa calle, la principal de la ciudad, parece que no
es la misma de siempre, como si una ausencia tan pequeña, tan limitada, hubiera
cambiado por completo su carácter. Y no vale decir que nos queda el recurso de
mirar el móvil o el reloj de la muñeca. No, no es eso. Lo que queremos es mirar
el reloj de Notario para tener la conciencia de que seguimos vivos, de que
realmente estamos en esta ciudad y todo en ella sigue siendo como debe ser,
como lo ha sido en casi ya un siglo de presencia. Nos falta algo importante,
cotidiano. Que lo arreglen ya. Pero que ese reloj vuelva a estar donde debe,
para que podamos encontrarlo en su sitio cuando la mirada gire espontáneamente
en su busca.
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