Paso estos días julianos, que dicen son propios de la canícula, en una ciudad levantina (Valencia, vaya) que tiene notables diferencias con Cuenca, en tamaño, población, comercio, alegría callejera, vocación cultural y otras muchas cosas, sin olvidar la presencia, enorme, casi lujuriosa, del mar. Hay un factor más a considerar, que esta vez me ha sorprendido muchísimo: el contante ulular de las sirenas, con las ambulancias en primer lugar pero también alguna otra de bomberos y policía. Sobre todo lo de las ambulancias me resulta muy chocante; creo que cada diez o quince minutos pasa una, con las sirenas a todo meter.
Doy por supuesto que tal cosa es necesaria, comprendo que van
espoleadas por las urgencias del caso que les ocupe, pero pienso también si no
sería posible utilizar otro mecanismo que, abriéndoles paso, no atormente de
manera continua a los ciudadanos.
De vez en cuando, alguno de esos
teóricos en cuestiones sociales y ambientales señalan el peligro del
incremento de la contaminación acústica, a la que habitualmente no se presta
tanta atención como a otros tipos contaminantes sobre los que se da la matraca
habitualmente. Pero después de esta experiencia salgo convencido de que, en
efecto, el deterioro acústico en las ciudades es también un elemento digno de
tener en cuenta. Ya se que en Cuenca todavía no es un problema, al menos desde
el punto de vista de las sirenas, pero también conviene tenerlo ya en cuenta,
porque las malas costumbres se extienden con amplia generosidad. Por ahora, es
solo de unas cuestiones perniciosas que afectan a la grandes ciudades y de las
que nos libramos los habitantes de la España vaciada.
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