Como el destino suele gastar bromas macabras (o traviesas, según se mire), Enrique Domínguez Millán nació en Cuenca un 26 de abril y ha ido a morir en Madrid un 29 de este mes, recién cumplidos los 94 años. Una vida larga, fecunda, variada, activa, viajera, que da argumentos suficientes para escribir una biografía sumamente detallada pero que en el trance de la despedida basta con unos ligeros apuntes, unas ráfagas que puedan marcar esa trayectoria en la que es mejor subrayar otros aspectos. Estudiante de Magisterio en Cuenca, de Periodismo en Madrid, redactor y locutor en Radio Nacional de España (donde desempeñó la mayor parte de su actividad profesional), inventor del Bachillerato Radiofónico y de Cesta y Puntos en TVE, premio Antena de Oro, premio Ondas… ¿para qué seguir por ese camino jalonado de hechos fecundos y felices?
Periodista en ejercicio permanente y
poeta de firmísima vocación aunque, curiosamente, solo al final de su vida, ya
jubilado, publicó libros de este género, hasta entonces cultivado en revistas,
recitales y conferencias. En ese apartado encaja Barrio alto, un poemario dedicado al terreno que mejor conocía, el
de las calles, callejas, plazuelas y rincones de la parte alta de Cuenca y para
el que me pidió el prólogo, detalle conmovedor que el maestro tuvo con su
alumno. Dotado de una voz profunda, bien modulada, al estilo de los locutores
antiguos que sabían pronunciar todas las letras, hizo de su voz también un
elemento expresivo de primer nivel. Como conferenciante, miembro de tertulias
literarias, pregonero en fiestas y Semana Santa, sabía cómo estructurar el
discurso, combinar las frases, entonar la melodía de las palabras para llegar,
sabiamente, a donde quería ir.
En esa trayectoria de intereses
universales, que desarrolló de manera efectiva como viajero del mundo, con
cientos de artículos y reportajes de los sitios más insólitos, hubo siempre,
sin excepciones, un lugar de privilegio para este lugar llamado Cuenca, sobre
la que empezó a escribir cuando aún era un joven estudiante y no ha dejado de
hacerlo prácticamente hasta el final, como saben muy bien los lectores de La Tribuna que ha sido, metafóricamente,
su última tribuna periodística. Fundador de la Real Academia Conquense de Artes
y Letras, de la que fue presidente, el casco antiguo de Cuenca pierde a uno de
sus vecinos más fieles y a uno de sus defensores más constantes, dentro de unas
exigentes posiciones críticas hacia lo que tantas veces se contempla con
disgusto.
Imposible decir adiós a Enrique
Domínguez Millán sin recordar a su mujer, Acacia Uceta, porque ambos formaron
una de esas parejas estables que animan a creer que el mundo es menos
antipático de lo que tantas veces parece. Siempre amables, cordiales,
comunicativos, dispuestos a colaborar y abiertos a recibir las palabras y los
pensamientos de los demás. Ley de vida es el morir, dirán los filósofos, pero
en ocasiones es muy duro dejar constancia de que tal cosa, efectivamente, tiene
que ocurrir. Desde ese sentimiento, inesperado siempre, podemos decir adiós a
quien fue, sencillamente, una buena persona.
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