Quienes ya han podido visitar la Colección de Roberto Polo en la iglesia de Santa Cruz quedan maravillados por la belleza arquitectónica y ornamental de un edificio de los menos conocidos que hay en la ciudad, porque desde que se recuperó tras la ruina solo ha estado abierto el pequeño periodo en que fue Centro de Artesanía.
Da gusto
verlo ahora, tan limpio y bien ordenado, como elegante envoltura para las
modernas obras de arte. En su estructura, columnas, arcos y capiteles se puede
ver la mano del gran José Martín de Aldehuela, a cuya memoria Cuenca no estará
nunca suficientemente agradecida.
Fue iglesia
parroquial hasta mediados del siglo XIX, pero aún permaneció abierta al culto
hasta la guerra civil. Después, el desastre, la ruina y el traspaso al
Ayuntamiento que en 1979 emprendió los trámites para restaurarla. Así estaba el
interior, como muestra la foto de Pinós, cuando en 1981 comenzaron los trabajos
de restauración, precedente de los que finalmente ahora se han llevado a cabo.
Para la
historia de la iglesia de Santa Cruz quedan algunas historias interesantes.
Desde aquí se organizaba el ritual de las cruces de mayo, cada año. Aquí se
descubrieron las momias que fueron a parar a la ermita de San Isidro. Aquí estaban
las campanas de Santa María y Santa Bárbara, que ahora se encuentran en San
Pedro.
A la ruinosa
iglesia de Santa Cruz dedicó unos versos la poeta venezolana Jean Aristeguieta
(1921-2016) en su libro Vitral de fábula,
publicado en 1954. La visión del lamentable estado del lugar la conmovió
fuertemente. Sin duda, hoy le gustaría ver el remozado aspecto de este bello
edificio:
ayer con arcos, naves y liturgia.
De
lo que fue una vez persiste apenas
una
espadaña inerme que custodian
cuervos
que graznan insondablemente
y
la lucidez reverso de la sombra.
Cruzan
los muros pobres alimañas
los
helechos reposan en el ábside
y
en un limbo de triste soledad
está
lo que era aliento de cristal.
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