Es una cosa obvia, y por ello bien sabida: en el callejero interior de las ciudades hay, en número más o menos abundante, una serie de indicadores que remiten a las varias salidas que se dirigen hacia las demás ciudades del entorno. Elemental, que diría aquél. Es una forma de ayudar, no a los vecinos del lugar, que seguramente conocen de sobra por dónde hay que ir a cada sitio, sino a los visitantes, necesitados de esa sencilla orientación para encontrar las salidas del sitio que están visitando. Lo que ocurre en Cuenca es algo muy curioso. Una provincia limítrofe, cuya capital es además la de la Comunidad Autónoma y por ende, también Patrimonio de la Humanidad, como la nuestra, es Toledo. Pues bien, ningún indicador señala el camino de esa ciudad. Más aún, podemos encontrar alguno genérico, como el situado a la salida de la estación del AVE, donde se mencionan cuidadosamente todas las capitales próximas, las que forman nuestro entorno. Todas, menos Toledo. Curioso, ¿no? Cierto que por aquí nunca ha habido especiales simpatías hacia la conocida como ciudad imperial, pero de ahí a ignorar su existencia hay un buen trecho. Aquí lo dejo, para pensar un poco.
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