Después de casi diez años mareando la
perdiz, por fin se ha producido el parto de los montes y ha empezado en las
calles de la ciudad de Cuenca la colocación de los nuevos letreros informativos
que, por un lado, sitúan los barrios y espacios de interés y por otro informan
de manera individualizada sobre los edificios monumentales. Cabría decir aquí
aquello de ¡albricias! y ciertamente la novedad merece ser destacada; más aún
si pudiera venir acompañada de plácemes y felicitaciones por el acierto
obtenido con el nuevo sistema, pero, ¡ay! me parece que no se pueden echar las
campanas al vuelo. Ya se que esto del diseño es materia muy opinable, pues
sobre gustos no hay nada escrito y menos si tenemos en cuenta que quienes se
dedican a estos menesteres se sienten obligados a mostrarse ingeniosos,
audaces, creativos, originales. Como resultado, se producen auténticas
maravillas, que podemos ver por ahí en muchos sitios. Pero me temo que en este
caso el acierto no ha acompañado ni a la importante empresa especializada que
obtuvo la confianza del encargo ni al propio Ayuntamiento, tan confiado en que
al fin podría superarse la negra etapa en la que hemos estado inmersos tantos
años con la exposición pública de una colección de indicadores que eran ya una
auténtica cochambre. En estos cartelones que ahora se implantan hay que señalar
como aspecto negativo su excesivo tamaño, sus igualmente excesivos textos, nada
fáciles de leer y sobre todo la tonalidad oscura, demasiado oscura, que se ha
elegido. Con lo que hemos ganado poco. En orden y limpieza, mucho, pero en
eficacia turístico-informativa más bien poco. Una pena.
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