Primera hora de la mañana de un día
cualquiera en este otoñal noviembre que ya va avanzando. La Plaza Mayor está
todavía prácticamente vacía, con apenas un par de paseantes desganados que van
de acá para allá, como saboreando la tranquilidad que ahora se respira, antes
de que empiecen a aparecer los turistas y lo inunden todo. En este ambiente,
las terrazas de los bares simbolizan ese vacío. Antiguamente (o sea, hace dos o
tres años o, mejor: antes del covid) los bares, en todas partes y especialmente
en Cuenca, recogían mesas y sillas en cuanto aparecía el primer halo de frescor
y las terrazas desaparecían hasta que volvía el buen tiempo, con suerte en primavera
y si no en pleno verano. Pero eso ha pasado a la historia. Ahora, las terrazas
sobreviven todo el año y nadie se preocupa ya de retirar los elementos y guardarlos
hasta la próxima ocasión. Tan seguros están, que ni se preocupan de amarrarlos
con cadenas para salvarlos de los depredadores nocturnos. La ciudad empieza a
vivir. Las terrazas esperan que en poco tiempo, apenas unos minutos, lleguen
los primeros usuarios, en busca del primer café.
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