Pasear por las calles del casco antiguo de Cuenca ofrece la oportunidad de contemplar el curioso espectáculo que las nuevas técnicas urbanísticas aportan al pavimento con variados elementos decorativos. A los tradicionales (y discretos) registros antiguos del alcantarillado y el agua, se han ido uniendo todas las invenciones que el ser humano ha ido aportando para mejorar nuestros medios de vida, y así la electricidad, las redes telefónicas, una tras otra, el gas, la fibra y cualquiera sabe cuántas cosas más van quedando enterradas (soterradas, dicen los modernos, siempre empeñados en modificar el lenguaje) y, eso sí, cada uno a lo suyo. Porque cuando empezó todo esto, el entonces voluntarioso alcalde de la ciudad anunció, con tono firme, que se haría una conducción interior única y en ella se irían empotrando todos los cables y demás artilugios propios de la civilización y el progreso. Como corresponde a todas las promesas oficiales de los políticos, el destino es que no se cumplan y así damos lugar a este espectáculo que es especialmente significativo en las calles Pilares y Colmillo donde, al paso que vamos, no quedará hueco alguno para los guijarros y adoquines.
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