Ha comenzado la Feria del Libro de Cuenca, una magnífica noticia, sin duda alguna. El pregón inaugural, como es costumbre, se ha encomendado a un personaje famoso, en este caso famosa, Sonsoles Ónega, porque en estos fastos propios de la farándula mediática, lo que importa no es el mensaje, sino la presencia. El contenido del discurso importa bien poco, lo que interesa es que el famoso de turno se preste a hacerse una foto, todos alegres y sonrientes, con el amplio catálogo de autoridades del lugar que se apresuran a ponerse a su lado para que conste hasta la posteridad de que hubo un día en que durante unos segundos estuvieron juntos y compartieron un momento de gloria. Es más o menos el mismo espíritu que anima a cientos de personas a hacer una cola de más de dos horas de duración hasta que pueden llegar a las proximidades de la diosa del momento y que les firme un ejemplar de su exitoso libro, recién adquirido. Tampoco es imprescindible que lo lean: lo que importa es hacerse la foto con ella, un selfie si hace falta, y así luego poder presumir con la familia y los amigos de la urbanización, seguramente admirados ante quien ha tenido la oportunidad de estar junto a la famosa presentadora y escritora. Todo esto lo digo sin acritud, aunque alguien pueda pensar lo contrario. Es la normalidad del tiempo en que vivimos y no queda más que aceptarlo, porque desmontarlo no lo va a poder hacer nadie. Se cumple el rito, se da paso al pregón y a la cola de gente ansiosa por estar al lado del personaje famoso. Luego viene la verdad, la Feria auténtica, el libro, los libreros y escritores, cada uno con su afán y los libreros, intentando colocar un producto tan sensible y delicado. Eso es lo que importa y lo demás es solo vanidad de vanidades.
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