No es algo
frecuente, pero sí ocurre de vez en cuando, en todos los órdenes de la vida.
Uno cree que algo ocurrido hace años, o siglos, ya está definitivamente perdido
u olvidado y, sin embargo, cuando menos lo espera, reaparece, cobra sentido y
realidad. Hemos conocido docenas de casos, desde rincones que permanecían
ocultos por la maleza hasta cuadros de artistas famosos que habían sido
repintados. En nuestra ciudad hay algunos hechos relativamente recientes, como
el arco gótico que estaba oculto en una casa de la calle de San Juan o el otro
arco igualmente gótico, junto a la portada de la iglesia de El Salvador. A esos
detalles se une ahora este otro, el último, por ahora: los sillares de piedra
que formaban el esquinazo del edificio de la Junta de Cofradías, en la confluencia
de la calle del Peso con la de Solera. Unas obras rutinarias para arreglar las
paredes los ha puesto al descubierto y, como es natural, los responsables de
conservar el Patrimonio han dictaminado de inmediato que esas piedras
venerables deben quedan al descubierto. Bien está. Es sólo un pequeño detalle
ornamental, pero se agradece. Creo yo.
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