Un 22 de abril, pero del año 1936,
Luis Astrana Marín publica su primer artículo en el diario ABC, periódico al
que permanecerá vinculado toda su vida. Nacido en 1889 en Villaescusa de Haro,
desde niño mostró las habilidades que habrían de marcar su vida y que
impulsaron a la familia a hacer el esfuerzo de llevarlo a los franciscanos de
Belmonte, donde inició el Bachillerato, y luego al seminario de San Julián, en
Cuenca , donde encontró el medio de acercarse a la vida mundana, tan alejada
entonces de los severos muros del seminario, llegando incluso a componer e
interpretar un pasodoble que fue estrenado en el Círculo de La Constancia, en
1909, además de tener contactos con el mundo literario local y publicar algunos
poemas en los periódicos de la época.
Dotado de una inteligencia poco común, siendo estudiante, empezó a
desarrollar una labor de crítica literaria de ambiciosos planteamientos. Tras
realizar un viaje de reconocimiento por los países de Europa, en especial una
estancia de un año en el Trinity College, de Londres, de donde volvería
dominando a la perfección el idioma, en 1911 se establece de manera definitiva
en Madrid. En la capital de España ingresó briosamente en las filas del
periodismo literario, de tanta tradición y raigambre, colaborando de forma
habitual en los más prestigiosos diarios del momento hasta recalar en el que
habría de ser su periódico más estable, ABC, al publicar allí su primer artículo
el 22 de abril de 1936 aunque la vinculación plena se consigue al término de la
guerra civil, mostrándose siempre escritor agudo, innovador y polémico, sobre
todo en la inquina que mostró, sin cortapisas, sobre la Generación del 27, a la
vez que exaltaba de modo apasionado a los clásicos de los Siglos de Oro y
empezaba a publicar la impresionante serie de ediciones críticas de las obras
de Cervantes, Quevedo y Lope de Vega, que se suman a la obra monumental que
habría de darle prestigio y una cierta tranquilidad económica, las Obras Completas de William Shakespeare,
en traducción directa del inglés.
Siendo, como fue sin duda alguna, uno de los más destacados literatos
españoles del siglo XX, los honores habituales le fueron negados y, en
especial, el de pertenecer a la Real Academia de la Lengua. Fue el comprensible
agravio con que se castigó su díscola integridad desde un cuerpo colegial que
elige a sus miembros por cooptación. Había arremetido contra escritores
consagrados, buscando en ellos defectos, errores y plagios, desde su segundo
libro (Las profanaciones literarias. El
libro de los plagios), es decir, cuando tenía 30 años y estaba empezando a
destacar en el mundo literario y remató la faena en 1922 con Gente, gentecilla y gentuza. En ambos,
la flor y nata de las letras españolas quedaba en solfa y al descubierto no
pocos de los pecados que suelen existir en este ámbito. Como castigo, no le
dejaron entrar en la Academia.
La ciudad de Cuenca, que luego ha sido desagradecida con Astrana, al
retirar su nombre del Colegio Público de Las Quinientas, le rindió un homenaje
el 5 de septiembre de 1956, en presencia de un nutrido grupo de la
intelectualidad de la época, encabezado por Federico Muelas.
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