En la muerte
de Arturo Forriol (Cuenca, 1941) se han emitido los necesarios comentarios que
surgen en estas tristes ocasiones. Todos ellos coinciden en señalar su
personalidad como comerciante, miembro de una amplia saga familiar, y
empresario, con especial referencia al periodo en que ocupó la presidencia
provincial de este colectivo. Solo en un sitio he leído una leve alusión a una
faceta bien diferente y por la que, me atrevo a opinar, sentía más predilección
que por ninguna otra: la de artista, que seguramente debió sacrificar para
ejercer los otros oficios. Arturo Forriol fue pintor y, además, promotor de
pintores. Hablamos de Cuenca en los años 60, cuando al influjo del Museo de
Arte Abstracto surgieron otras iniciativas locales. Probablemente ninguna tan
interesante como la Sala Honda, nacida en 1968 por impulso de cuatro jóvenes
artistas (Forriol, Muro, Giménez, Cruz) que dieron vida a un local situado en
la calle Alfonso VIII, a la altura del número 29, con vocación de ser un punto
de encuentro para la literatura, la música y el arte pictórico. Uno de los
primeros en exponer allí fue Jordi Teixidor, pero quizá la puesta de largo más
llamativa llegó en agosto de 1969 con una colectiva que reunió ejemplos de lo
que titularon “Joven Pintura en Cuenca”, con obras de varios artistas, incluido el propio
Forriol, que entonces empezaban a despuntar. La Sala Honda estaba frente a
Zapatería, con una llamativa portada que se cerraba con una sólida verja
metálica. El edificio fue derribado años más tarde, y sustituido por otro
nuevo, cuando la Sala Honda ya había dejado de existir. Aquí la traigo, en mi
personal recuerdo a Arturo Forriol.
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