Nos ha tocado vivir tiempos
desconcertantes porque resulta muy difícil comprender la indecisión de los
gobiernos, más aún, sus volubles cambios de criterios a la hora de implantar,
reducir o anular medidas en buena parte incomprensibles. Para gestionar una
crisis como la actual harían falta personas con ideas claras y carácter
decidido, y no existen, no se las ve y, lo que es peor, no se las espera,
porque el panorama que ofrece el espectro político resulta descorazonador, a
todos los niveles. Digo esto, en un tono evidentemente pesimista, tras la
última decisión del gobierno regional que vuelve a castigar a la provincia de
Cuenca con el retorno de las restricciones que había eliminado quince días
antes con el fin de favorecer la circulación de viajeros durante la Semana
Santa, a sabiendas de que eso produciría males sin cuento y difusión de la
pandemia, lo mismo que había sucedido en Navidad. Nunca sabemos si hay que entrar o salir, con terrazas o dentro, funcionando los teatros o con el telón abajo, con mascarilla o sin ella. Lo difícil es mantener un
criterio, tener las ideas claras, ser firmes en las decisiones (aunque algunos
sectores, con la hostelería en cabeza, griten y presionen) pero si algo
caracteriza a todos los gobernantes actuales es la cobardía, la incapacidad de
resistir ante la presión mediática, el no estar seguros de qué hay que hacer en
cada momento y cada circunstancia. Esto, a nivel local. Si lo ampliamos al
ridículo tira y aflora que generan las dudas sobre esta vacuna o la otra la
cosa llega ya a niveles de esperpento. Una pena. Por ahora, han devuelto a
Cuenca al nivel 3, sin razones ni justificaciones y sin que nadie sea capaz de
explicar si la mayoría de las medidas tiene alguna utilidad o son simplemente
sandeces que se le ocurren a un funcionario desocupado que lo mismo hace
crucigramas o subraya esta restricción o la otra, al buen tuntún.
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