Siempre que paso por la plazuela de San Nicolás me
pregunto qué especie de delito o pecado habrá cometido la deliciosa fuente que
hay en el centro para que haya sido castigada a no verter agua. En la pileta sí
hay un charco, seguramente almacenado en las últimas lluvias, pero la
encantadora Moza del Cántaro espera incansable que algún bondadoso fontanero
municipal reponga el suministro de liquido que, quien sabe por qué y cuándo,
fue suprimido.
La
fuente de San Nicolás es una delicada obra de arte, obra de Leonardo Martínez
Bueno. Quedó instalada en este sitio en la Semana Santa de 1952. A su lado, un ciprés y un olivo forman el mínimo aporte
vegetal del recinto, sin duda uno de los que posee mayor contenido romántico,
por no decir melancólico, de cuantos integran el recorrido urbano por las
calles antiguas de Cuenca.
Para
que el placer sea completo solo falta el amable sonido de un chorro de agua
cayendo rítmicamente sobre el pilón. Parece una cosa tan sencilla en una ciudad
abundante en agua…
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