Desde que se abrieron, hace ya algunos años, el refugio de la calle Alfonso VIII ha contado con un singular atractivo turístico, como lo demuestran las incesantes visitas colectivas que se venían haciendo todos los días de la semana, con el complemento, en algunas de ellas, de las escenificaciones históricas que con buena voluntad querían impregnar algo de vivencias reales a las frías descripciones del lugar. Todo parecía ir bien, hasta que dejo de serlo, porque por razones nunca bien explicadas en relación con el estado de conservación de la galería, la instalación fue cerrada con el consabido anuncio de que, en cuanto se pueda, volvería a abrirse. Y así hasta hoy. Los turista apenas si pueden consolarse yendo hasta el mural plantado en la puerta del refugio para enterarse de que no hay nada que hacer, salvo esperar a que se produzca la buena nueva de la recuperación de este local que funcionaba tan bien y a gusto de todo el mundo.
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