Como cada verano, cuando llegan los días cálidos del mes de agosto, los
campos de una gran parte de la provincia de Cuenca se cubren del luminoso
cromatismo de las hermosas tortas de girasol, que aportan al paisaje,
generalmente severo, de las tierras ocres o grises en que se asientan, un aspecto
bien diferente al rigor propio de los meses invernales. Apenas terminan las
faenas de la siega, cada vez más tempranas, como está ocurriendo con todo,
llega el momento de la simbra del girasol. No se cuales son los datos actuales,
pero a simple vista se podría decir que todo lo que no es monte ni viñedo ha
sido ocupado por el helianthus annuus, que en algunos sitios llaman directamente
mirasol. Aunque ya lleva tiempo asentado en Cuenca, en realidad es un cultivo moderno, que apareció hacia mitad de
la década de los años 60 del siglo pasado, como una propuesta alternativa a los
tradicionales cereal, leguminosas y vid, de manera que en 1969 había apena una
superficie de 3.800 has.,
aunque en la comarca de Tarancón se cultivaba desde tiempo inmemorial el
girasol blanco para el consumo de sus pipas una vez tostadas que eran
adquiridas por las industrias de embolsado y tostado de la comarca y que, por
cierto, dieron justa fama a la localidad.
El cultivo racional del girasol en España
se había iniciado en Andalucía extendiéndose luego por la zona central del país.
En Cuenca, la expansión definitiva se produjo a partir de 1975, con la
aparición de los híbridos, que garantizan un aumento de la producción y en el
rendimiento en grasas, de forma que en 1976, apenas diez años después de haber
comenzado la introducción, la superficie sembrada en la provincia alcanzó las
Cuestiones económicas y agroalimentarias
aparte, estas masas ingentes de mirasoles aportan un cálido manto de belleza
cromática a nuestras tierras a la vez que vienen a significar que, a pesar de
la despoblación, hay gentes que se dedican a mantener en vigor los cultivos agrícolas.
No todo está perdido.
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