La verdad: da auténtica grima, o pena, o desesperación, o irritación. O todas las cosas a la vez o de manera alternativa, pero lo da, ver cómo se va desmoronando, día a día, la casa que fue de Sánchez Vera y que ya no es más que una ruina galopante, envuelta en inútiles sudarios tenebrosos, en espera de que en cualquier momento se produzca el derrumbe definitivo que entre escombros la haga pasar a la historia, mientras los paseantes contemplamos con impotencia cómo avanza el mal, sin que nadie acierte a ponerle remedio. La Fundación Sánchez Vera tiene presentado desde hace cuatro años un expediente de ruina esperando que el Ayuntamiento conceda la oportuna licencia de obras. El Ayuntamiento le pasa la pelota a la Comisión del Patrimonio que, a su vez, decide que debe conservarse la fachada, lo cual es técnicamente imposible. Y entre unos y otros, la casa sin barrer y el edificio no sólo arruinándose, que ya lo está, sino ofreciendo a la vista de todos ese lamentable espectáculo que tan poco decir (y nada bien) sobre esta hermosa ciudad. Y ello, encima, al lado mismo de donde comienza el casco histórico. Ver para creer.
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