Casi siempre, los grafiti son anónimos, señal evidente de que
sus autores se sienten avergonzados de practicar tan sucia y molesta costumbre
que tiene como único objetivo afear un poco más las ciudades. Cuenca, desde luego,
es un excelente ejemplo. Las miserables leyendas urbanas, casi todas de pésimo
gusto, están ocupando sin piedad cualquier pared disponible, mientas la
autoridad competente hace lacrimógenas (e inútiles) llamadas a un buen
comportamiento colectivo. Pero a lo que voy: las pintadas, por lo general, son
anónimos, los autores no se atreven a firmarlas con nombre y apellidos. Pues
las que vienen hoy aquí sí tienen autor: los insensatos e incívicos que han
llenado las paredes de la ciudad con estúpidas apelaciones a Castilla Libre y
Castilla Comunera tienen la desfachatez de poner al lado de las letras el
símbolo de la organización a que pertenecen y que es, por lógica, un grupúsculo
insignificante, marginal y retrógrado. Pero ahí están, ensuciando las paredes
de la ciudad.
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