Las
Escalerillas del Gallo es un lugar urbano bien conocido de todos los
conquenses, tránsito muy utilizado para ir de la parte alta a la baja o
viceversa y, además, esas escalinatas vienen muy bien a los bares inmediatos
para que en ellos se sienten, cerveza en mano, aperitivo en la otra, quienes
hacen un alto en el camino.
Ya no
queda ni rastro de la fábrica de harinas que había en ese rincón y que
finalmente vino a dar nombre a las Escalerillas. Sí sobrevive, justo al lado,
un vetusto y noble edificio histórico, uno de los de mayor empaque
arquitectónico de cuantos hay en la ciudad y por ello duele más el maltrato
sistemático con que viene siendo castigado El Almudí.
Sin entrar
en generalidades sobre el edificio en su conjunto, sí quiero poner hoy la
mirada en un sector de ese noble inmueble histórico, el apéndice que tiene
adosado precisamente en las Escalerillas del Gallo y en el que aún campea,
irónicamente, la placa que dice Sala El Almudí.
Porque
sala exposiciones fue, de titularidad municipal, cuando el Ayuntamiento tuvo la
buena idea de recuperarla para un uso público, social, comunitario, cultural.
Eso fue a comienzo de los años 90 del siglo pasado y durante una década la Sala
encontró una función digna, porque antes había sido laboratorio, perrera,
inspección de la policía urbana y quizá alguna cosa más. Ninguna tan digna y
valiosa como Sala de Exposiciones, cumpliendo una labor utilísima durante los
años que permaneció abierta. Hasta que la cerraron, sin motivo ni
explicaciones. Ahora es nada, un local cerrado, inútil, que bien podría estar
dedicado a alguna de las muchas necesidades que hay planteadas en esta ciudad.
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