Dice El País, en un titular destacado, que Héctor Alterio era un
titán que nunca, hasta que ha muerto, se bajó de los escenarios. En la ya fecunda
historia del Teatro-Auditorio de Cuenca, el nombre de Héctor Alterio ocupa un
lugar de honor: la suya es la primera firma que aparece recogida en el libro donde
figuran los testimonios destacados de quienes actuaron en ese escenario. Fue el
19 de mayo de 1994, apenas un mes después de la inauguración. Ese día pudimos
ver una obra memorable, Escorial, de Michel de Ghelderode, en versión de
Luis Olmos, con un Héctor Alterio inmenso, en el papel de un rey absolutamente
desquiciado, pero con el que el actor disfrutó muchísimo porque le permitió
aportar infinitas aristas y matices a la interpretación. Cuando terminó la obra
acudí al camerino a saludarlo y darle las gracias por tan inmenso espectáculo y
le ofrecí el libro de firmas, hasta ese momento ocupado sólo por la primera
página, donde había escrito la reina Sofía el día de la inauguración. Alterio
escribió: “Lo dicho, tenéis un estupendo Auditorio y es un placer trabajar aquí”.
