domingo, 2 de febrero de 2025

UN BUEN EJEMPLO BRUTALISTA EN ALARCÓN

 


La película del momento tiene un nombre que puede sugerir muchas cosas: El Brutalista. La interpreta Adrien Brody, renacido de las cenizas de una década oscura y con su versión del arquitecto Laszlo Toth bien encaminado hacia la estatuilla oscarizada. La dirige Brady Corbet, hasta ahora actor de poco renombre y director de segunda fila, igualmente encumbrado hacia el éxito. Entre los ingredientes llamativos de la película, su duración, 215 minutos, con un descanso de 15 en el intermedio.

Visto el argumento, e incluso la película, surge la pregunta: ¿qué significa “brutalista”? ¿Era Laszlo Toth un bruto? ¿O lo era el sistema, el ambiente americano en el que se integra? ¿O quizá el drama de donde procedía, en Europa, la guerra mundial y sus secuelas? Más sencillo y directo: Laszlo Toth era un arquitecto partidario del brutalismo, una corriente estética, pero también ética, que propugna la formación de edificios elaborados con materiales simples y directos: ladrillo, cemento, vidrio y perfiles de acero laminado para ofrecer una estructura clara y rotunda, sin adornos decorativos que puedan distraer la esencia de la obra. El resultado son moles macizas, en la que predominan las líneas rectas y que ofrecen volúmenes compactos, de firme visibilidad. Según el crítico y teórico Peter Reyner Banham, un edificio brutalista debe poseer una imagen memorable, no necesariamente bella, una estructura clara y materiales sin manipular.

El brutalismo alcanzó su punto más dinámico al final de la II Guerra Mundial y tuvo buena acogida en España durante la segunda mitad del siglo XX. Los entendidos citan como ejemplos la Universidad del País Vasco, la Universidad Autónoma de Madrid, la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense y la torre del Complejo Cuzco, en Madrid. En general y por abreviar se puede decir que estas edificaciones ofrecen una imagen mastodóntica, maciza, sin florituras. La misma impresión que produce el edificio que diseña Toth en la película.

En Cuenca hay un excelente ejemplo de la arquitectura brutalista: el hotel Claridge, situado en el kilómetro 185 de la antigua carretera N-III, en el término de Alarcón y frente a la carretera que conduce hacia la histórica villa. Lo construyó en 1969 la empresa Auto-Res, que en ese punto tenía parada en su viaje entre Madrid y Valencia. El edificio fue diseñado por el arquitecto Roberto Puig Álvarez quien lo concibió en dos bloques. En la parte delantera y las primeras plantas están las zonas comunes, el comedor y la cafetería; detrás y en los pisos superiores, las habitaciones; había también una piscina al aire libre y, desde las ventanas traseras, unas espectaculares vistas al embalse de Alarcón.

Durante dos décadas, el hotel fue uno de los más concurridos en ese trayecto, incluyendo los numerosos visitantes de Alarcón. Todo eso cambió cuando el 3 de diciembre de 1998 se inauguró la autovía A-3, que va por otro trazado y la antigua carretera quedó sin tráfico y el hotel sin clientes. La empresa Auto-Res aguantó poco: en unos pocos meses lo cerró, despidió a todos los empleados y el Claridge empezó a ser lo que hemos podido ver en todos estos años: una ruina progresiva, en la que sus habitaciones iban siendo ocupadas por la maleza, los cascotes y la suciedad. Escenario adecuado para filmar alguna película necesitada de esos ambientes, como Un día perfecto, de Fernando León de Aranoa, que en los desangelados salones del hotel encontró la ambientación adecuada para alojar cascos azules durante la guerra de los Balcanes. El nuevo propietario del edificio, el Banco Santander, lo puso en venta por un millón de euros. Quien lo compre deberá aportar otra buena cantidad para rehabilitarlo y ponerlo en condiciones. Cinco mil metros cuadrados esperan esa intervención. Al parecer, ya hay alguien dispuesto a hacerlo. Estará muy bien que el Claridge se salve y utilice y que siga vivo este magnífico, a la vez que curioso, ejemplo de la arquitectura brutalista en la provincia de Cuenca.